José Pablo
Moncayo: Apóstol del nacionalismo
Prof. Antares Iván Gómez Soto
El
surgimiento y consolidación de una nación
Al igual que una
persona que se enorgullece de “ser quien es”, y lo expresa a través de su forma
de hablar, vestir y pensar; así, cada pueblo y nación se valen de ciertos
símbolos para expresar el orgullo de su raza. Pero, quizá pensemos que no
estamos muy relacionados con este término. Lejos de formalismos académicos,
veremos que hemos convivido con esto desde muy pequeños, es parte de nosotros,
de nuestra historia.
Si buscamos una definición directa y resumida del
nacionalismo mexicano, encontraremos quizá esto, de primera mano: “El
nacionalismo mexicano es el movimiento social, político e ideológico que
conformó desde el siglo XIX lo que se considera identidad nacional de México.”
Sin embargo, este es un largo caminar que perdura hasta
nuestros días, y que tuvo su origen durante la misma época colonial. Ya desde
aquellos tiempos (estamos hablando de la segunda mitad del siglo XVIII), en la
Nueva España surgían ideales de unidad. Quizá ya cansados de las divisiones
que, lejos de ayudar, los habían enemistada a unos de otros.
Muchos pensadores, inspirados por un
nuevo humanismo (la mayoría de ellos miembros de la Compañía de Jesús), tuvieron
la primera visión de unidad, de comprensión y reconocimiento los unos de los
otros. Implantando con esto, los cimientos de lo que sería nuestra futura
nación. Muchos nombres y obras dieron testimonio de esto, entre los que
destaca: Francisco Xavier Clavijero, que en su Historia Antigua de México, hace una magistral exposición de las
muchas riquezas que poseen estas tierras americanas.
“La identidad nacional, además de
incluir valores cívicos y religiosos, con su interminable lista de milagros,
vírgenes y santos, incorporaría otros elementos como las fiestas, el baile, la
música, los atuendos, las novelas y las crónicas costumbrista. Todos resultaron
ser elementos de cohesión entre los mexicanos decimonónicos.”
La lucha independentista vendría no solo a darnos libertad
como una nueva nación, también vino a abrirle paso al proceso de identidad.
Pero cien años después, otra lucha vendría a darle una estructura más firme y
reconocible: La Revolución Mexicana.
Algunos especialistas se apoyan en esto, como el Doctor en
Historia Ricardo Pérez Montfort:
“Aunque el
discurso nacionalista mexicano tuvo algunas expresiones en el siglo XVIII con
el llamado ‘patriotismo criollo’, no fue sino hasta finales del siglo XIX
cuando se pudo hablar de una reivindicación de ciertos valores considerados como
“auténticamente” mexicanos”
Una vez terminada esta cruenta batalla y superados los
estragos de la misma, de nuevo algunos estudiosos vieron la necesidad de
consolidar la maltrecha identidad mexicana. El mismo Doctor Pérez Montfort nos
explica:
“Otro momento clave en el boom nacionalista, se dio en la
época posrevolucionaria, entre 1920 y 1925, cuando el discurso se ´orientó con
el afán de reconocer la validez cultural de las expresiones populares
planteadas a partir de una especie de introspección que generó ese momento
histórico´, explica el investigador de CIESAS.
Contrario a los fines europeizantes
del porfiriato, a partir del ascenso de Álvaro Obregón a la presidencia en
1920 ´se empieza a percibir un cambio
renovador en el arte mexicano´.
Citando a Daniel Cosío Villegas,
Pérez Montfort refiere que “se pusieron de moda las canciones y los bailes
nacionales, así como todas las artesanías populares. Y no hubo casa en que no
apareciera una jícara de OIinalá, una olla de Oaxaca o un quexqueme chiapaneco.
En suma, el mexicano había descubierto a su país, y más importante, creía en él”
Uno de aquellos mexicanos que realmente se preocuparon por
reestructurar y consolidar un mejor y más completo nacionalismo fue José Vasconcelos. En su trabajo de
investigación (El nacionalismo mexicano
en los tiempos de la globalización y el multiculturalismo) Fernando Vizcaíno Guerra nos expresa lo
siguiente:
“Vasconcelos fraguaba su obra literaria (la
raza cósmica) y, a un tiempo, la obra educativa
de la
Revolución y la misión de la raza de bronce, síntesis y exaltación de
Iberoamérica….”
Las artes,
dadoras de vida e inspiración
Si en el periodo que le antecedió a la independencia; la literatura y la historia, habían servido de inspiración para comenzar esta
empresa, no solo de emancipación sino de la búsqueda de la identidad, tacaría
esta vez a la pintura tomar la
estafeta.
El muralismo; para ser más exactos, tuvo en: Orozco, Siqueiros y Rivera tres brochas de renombre, que le
dieron forma y color a ese ideal que solo se había plasmado en las letras.
También otras manifestaciones aportaron grandes exponentes y
obras, y así se puede hablar también del “nacionalismo musical”. Este también
tuvo sus orígenes en la mezcla de ritmos y sones españoles e indígenas.
Quizá la música mexicana debería agradecer al periodo del
porfiriato esa influencia constante que se tuvo de Europa durante estos años.
Nuevos ritmos, y estilos inspiraron a muchos músicos.
El director
de orquesta: José Pablo Moncayo
Si mencionáramos el nombre de José Pablo Moncayo García,
quizá no sería relevante a primera vista. Pero, si unimos a su nombre el título de la siguiente pieza musical: Huapango
de Moncayo, y escuchamos sus primeros acordes, es posible que ubiquemos
bien a este gran músico.
José Pablo Moncayo García (Guadalajara, Jal. 29 junio,
1912 – Ciudad de México 16 junio, 1958)
es uno de los más importantes y trascendentes representantes del nacionalismo
musical mexicano del siglo XX, hijo de
Francisco Moncayo Casillas y Juana García López.
Cursó estudios en el Conservatorio Nacional, trabajando al
tiempo como pianista en cafés y para la radio. En el año 1942 gracias a una
beca del Instituto Berkshire, pudo realizar estudios con Aaron Copland,
compositor y director de orquesta norteamericano. Fueron compañeros suyos: Blas Galindo, Salvador Contreras y Daniel
Ayala en el conjunto de música de cámara bautizado como Grupo de los
Cuatro.
En 1931 fue percusionista de la Orquesta Sinfónica de la
Ciudad de México, a la que dirigió en cinco ocasiones en los años de 1936 a
1947; y fue su subdirector y director artístico de 1945 a 1947. En enero de
1950 dirigió la Orquesta Sinfónica Nacional donde permaneció hasta 1954.
Muchas fueron las obras musicales creadas por él, sin embargo,
una fue la que le dio la inmortalidad musical a nivel mundial: Huapango
para orquesta. Obra que ha sido considerada “el segundo himno de México”, debido a su
intensidad y a la gama tan compleja de sentimientos capturados, que describen
un poco la complejidad de la esencia de México.
Algunos colegas directores de orquesta más jóvenes, se
atreven a opinar sobre esta gran pieza musical, con mucho respeto y admiración:
“Huapango
es una brillante obra de juventud realizada por Moncayo a la edad de 29 años,
su brillo fue tal que opacó al resto de su producción. Cuando se escuchó por
primera vez tuvo un éxito inmediato. Meses después de su primera interpretación
Carlos Chávez la llevó de gira por Latinoamérica y lo convirtió a finales de
siglo XX en el best seller de la música clásica mexicana”, expuso Armando
Torres Chibrás.
Enrique Barrios describe al Huapango como una obra de arte y
una de las piezas favoritas que el público que no se cansa de escuchar y que
las orquestas y directores no se cansan de tocar.
“Su música
tiene el toque de lo que hace un genio. Él tomó su lápiz y escribió una pieza
musical en unas pocas semanas la cual ha perdurado dentro de los repertorios de
las orquestas por décadas, décadas y décadas”.
Por si fuera poco, Moncayo cuenta en su repertorio con una
pieza que captura la esencia del pueblo veracruzano, a través de una de sus
leyendas más famosas: La Mulata de Córdoba, ópera en un acto.
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poco más en estos temas, te invitamos a que leas o escuches alguno de estos
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